Su tarea demanda turnos de hasta 12 horas de una labor minuciosa y peligrosa, pero esencial en esta pandemia.
Cuatro de estos profesionales se desempeñan en el hospital de Viedma y tres en el de San Carlos de Bariloche. Agrupan las muestras de esas ciudades y las zonas aledañas.
El objetivo es hacer un promedio de 30 testeos diarios, pero esa cifra se vio superada en algunas ocasiones. En Bariloche creció a unos 50, con picos de hasta 75 en los últimos días.
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Sin descanso, los laboratoristas rionegrinos reciben hisopados tras hisopado. Literalmente, se ven cara a cara con el COVID-19.
Todas las muestras se manejan como potencialmente infecciosas. Llegan al laboratorio cumpliendo con un estricto protocolo de seguridad. Cada trabajador y trabajadora cuenta un equipo de protección personal que cubre todo el cuerpo, incluso los ojos.
Allí comienza una tarea meticulosa para determinar si hay presencia del virus. Cada testeo dura unas cinco horas. La primera fase es la más compleja y consiste en la extracción del material genético viral. Luego las muestras pasan al termociclador o máquina de PCR.
Al terminar de procesar las muestras, se descontaminan las superficies de trabajo y todo el equipo con desinfectantes apropiados (lavandina al 10% y luego alcohol 70°).
El equipamiento usado en Bariloche fue adquirido el año pasado con fondos de la empresa ALTEC, tras el brote de hantavirus en Epuyén (Chubut). El de Viedma fue comprado para hacer frente a la pandemia de Gripe H1N1. Ambos equipos funcionan a la perfección y ofrecen datos precisos.
A esto se le suma la tarea del laboratorio privado de General Roca, con otros tres trabajadores que cumple turnos similares.